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Walma

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MI WALMA

 

De Eloise Liyu para Abay

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MI WALMA

 

Oigo voces de mujeres ahí fuera y noto cómo el calor se filtra entre mis poros, junto con ese olor a té de canela y especias que beben de vez en cuando para pasar el rato. Los gallos cantan cuando amanece, y se escuchan las hienas a lo lejos en el momento en el que la noche se apodera de todo, quedando únicamente encendido algún fuego y el reflejo de linternas cuyas ráfagas parecen estrellas fugaces.

Dasi ha dicho que se está terminando el hilo marrón y Warki ha contestado que irá a comprarlo mañana que es día de mercado. Caltu llega tarde porque su madre está enferma y se ha tenido que ocupar de todo ella sola, y Wude, emocionada, dibuja por la noche bocetos en el viejo cuaderno de la escuela y habla en silencio de sus planes de montar una tienda con sus propios diseños. Mientras Mulu va ayudando a unas y a otras, la voz de Gutame es débil y esporádica, tiene dolor de estómago y no se encuentra muy bien.  Todas juntas componen ese pequeño cuadro que es mi casa por ahora, aunque les he oído algo sobre unos niños que esperan fuera.

 

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Escucho sus palabras desde hace unos días y he aprendido a diferenciarlas, a imaginar a través de ellas la silueta de sus cuerpos, las ágiles manos con las que trabajan, las sandalias que dejan a un lado porque prefieren ir descalzas o el color de la netela que tienen para cubrir su cuerpo cuando salen a la calle. Trabajan con tranquilidad mientras las horas van pasando y nosotras nos vamos amontonando en una mesa hasta ser acabadas.

Justo en este momento Iftu ha terminado con el hilo blanco que rodea mi ojo y empieza con el negro. Con la primera puntada consigo vislumbrar la poderosa luz que parece entrar por la ventana. Con la siguiente, unos penetrantes ojos negros me observan con curiosidad. Una más y puedo ver los colores de las telas al fondo y las miradas expectantes desde la ventana. Y con la última, una amplia sonrisa que me contempla con orgullo.

 

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Después vienen las trenzas, que me cosen haciéndome cosquillas en la cabeza, y el vestido con la tela típica y los motivos etíopes que ya tienen preparado y me colocan con delicadeza.

Solo tengo que esperar unas horas para sentir la emoción de unas cuantas voces que nos miran desde la puerta, un grupo de niños que aguardan atentamente a que les toque su turno. Wude me agarra del brazo ofreciéndome a una de las niñas que viene corriendo y abalanzándose sobre mí grita en voz bajita:

-Walma, mi Walma

Y en ese momento me alegro de que me hayan dibujado una eterna sonrisa.

 

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